En
mi casa las moscas anuncian la lluvia. Y hay que verlas.
Primero es una oronda, ni tan gorda ni tan
flaca, que empieza a insistir; y se queda, aunque yo la espante, aunque el gato
la cachetee, saltando al aire, como un perrito. Y después viene otra, y otra, y
otra más. Así a veces días, como una convención de moscas, se me va armando.
Se juntan justo ahí, bajo el techito
del quincho, del lado de afuera, donde no crece el pasto. Y ruedan, y nadan, y
saltan. Y vuelan en círculos, claro; como cualquier mosca. Y esto quiero
aclararlo. Estas son moscas comunes, normales, insectos montón. Ahora, por qué
vienen a reunirse a mi casa, no tengo idea. Porque no es que cuando lo cuento
me dicen “ah, sí, en mi casa también”. Ni tampoco es regla que las moscas se
aglomeren tanto para anunciar lluvia. No en una casa cualquiera, como la mía. Ni
tampoco tanto.
Dudo que sean siempre las mismas
moscas. Calculo se van renovando. Pero igual; como grupo en sí, como cosa
colectiva, como conjunto, para mí, que las padezco, no dejan de ser una misma
presencia que la pre-lluvia invoca, ahí, bajo el techito.
Es la lluvia, que las reclama. Porque si algo
sé es que estas moscas, conmigo, no tienen nada que ver. Son de la lluvia. Como
un sacrificio. Como un dios, o algo. Mías no son.
Si es una; dos, seis; hasta seis,
las dejo. Pueden ser moscas cualquieras. Pero ya siete, diez, o así, no. Ahí ya
sé que en un par de días se empiezan a arremolinar, y vibran, como una pelota, en
zumbidos negros, brillantes, ahí, bajo el techito. Y ya no salgo.
Las miro por la ventana. Miro de acá
y no salgo. El gato al principio sí, cuando son poquitas, pero después ya también,
se da cuenta de que es inútil.
Espantarlas, igual se quedan. Y veneno.
Probamos, una vez, con el veneno. Un poco se disipaban, pero mientras lo estaba
esparciendo el gato me miró y dijo “me va a hacer mal a mí”. Y tiene razón, el
gato. Y a mí, también, me va a hacer mal. Que el veneno es veneno, qué cuernos.
El veneno es veneno para todos. Si mata a las moscas por completo es porque son
bichos chicos; pero es cuestión de dosis, no más. Otro poco y mato al gato; y
otro tanto y muero yo. Y si no me mato, y si no mato al gato; del todo, digo;
si no nos mato, a mí y al gato, igual seguro el veneno nos mata un poco. Y yo
no quiero morir un poco. Como el enjambre, cuando ya llueve. Y desde antes. Un
rato antes, justito antes, gira más lento, con tono espeso; y de a una caen, y
después más, y así ya en grupos, se van cayendo todas al suelo, muertas, en
grupo, el cuerpo duro y las alas tiesas, hasta la última, y después sí. Después
las gotas, que son de a una, y que son mil gotas, caen con furia sobre los
cuerpos, y los dispersan. Y es sólo lluvia, y se van las moscas.
Ahora llueve. Ya no hay más moscas.
Desde el sillón yo miro la lluvia.
El gato duerme y ya no hay más
moscas.
Griselda Perrotta
(*)
(*) Finalista del VII Certamen de Poesía y Cuento Breve de Editorial Ruinas Circulares